EL PAYASO Y LA NOCIÓN DEL RIDÍCULO
Todos tenemos una noción de lo que es y lo que no es ridículo. Es un aprendizaje social que empieza en el hogar y que luego va acumulando elementos en todos los espacios, como la escuela, la iglesia, los clubes, etc. De la misma manera se transmite por diversos medios, sobre todo los de difusión masiva como la televisión y las llamadas redes sociales.
Un niño pequeño no sabe lo que es el ridículo, por ello no tiene miedo de expresarse. Ríe y no se pregunta si su risa será ridícula o no. Llora y no le preocupa la estética de su llanto. No siente vergüenza de bailar o cantar. Se siente agradado cuando ve que sus más cercanos le prestan atención. Luego, va aprendiendo que ante el juicio ajeno existen unas conductas que están bien y otras no tanto y algunas solo están bien si no le ven. Crece el individuo y el niño va quedando agazapado en un lugar donde se siente seguro.
Así pasa con el payaso, está allí, escondido, protegido. Es como ese niño que quiere salir a jugar, pero afuera está lloviendo: ¡Llueven reglas! Está sometido por una infinidad de normas que le impone la sociedad adulta.
El conjunto de pautas que lo obligan a quedarse escondido constituye el marco del que dispone para clasificar lo que es ridículo y lo que no. ¡Sí! cuando el niño interno se queda adormecido es porque ya hemos sido víctima de todos esos cánones. Al mismo tiempo nos han entrenado para ser capaces de hacer juicios sobre la sociedad, sobre el prójimo y sobre nosotros mismos. Hemos sido entrenados para controlar nuestra propia conducta y para ir sometiendo a las nuevas generaciones.
El payaso, sin duda, hace el ridículo; pero no se siente ridículo, porque poco entiende de las reglas de los adultos. Por eso se ríe de sus propios errores o al menos no los sufre. Cuando la gente, en tono de burla, se ríe de los errores que comete, poco le importan, poco le afectan, es inocente.
El payaso es honesto, aunque trate de engañar no puede hacerlo ¡No está en su naturaleza! Siempre se muestra como es. No está fragmentado como la mayoría de los adultos que se comportan de una manera en el trabajo, de otra forma con los amigos y de otra forma con la familia. Así se colocan una y otra mascara de acuerdo a su conveniencia. Lo que hace el payaso es eliminar todas esas máscaras, ser el mismo siempre.
Cuando el payaso hace lo que algunos llaman “el ridículo”, en ese momento muchos en el público se reconocen y se sienten descubiertos, miran furtivamente a su alrededor a ver si alguien los está enjuiciando, tratan infructuosamente de disimular y luego finalmente aceptan y se ríen no del payaso sino de sí mismos, porque “nos ha pasado a todos”. Se produce una conexión y simultáneamente se rompen por un momento esas reglas sociales de las que todos somos víctimas y aceptamos la naturaleza humana, entonces sentimos ternura y cierta afinidad por su inocencia. El público no siente lastima, ni pena por él.
Otra cosa más, hay que tener en cuenta el payaso no busca hacer reír. No tiene ese compromiso, No tiene, en realidad, compromiso con nada. Sale y hace su rutina porque le divierte, la disfruta una y otra vez. Sale y expresa su naturaleza a través del juego.
Por supuesto, que cuando preparamos nuestro espectáculo tenemos bien claro nuestros objetivos, sabemos lo que queremos del público. Buscamos la manera de entretener, de caer en gracia, de hacer reír, de gustar. Eso lo hacemos cuando estamos planificando. Cuando salimos al ruedo es otra cosa.
Por J. Rodríguez (director de la Agrupación Cultural Altuequi)